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En la realidad diversa del Ecuador, el reconocimiento entre nosotros fue un proceso, sin duda, complejo y sembrado de nuevos sentidos. Parecería incluso anecdótica la reconstrucción de tantos momentos de encuentro entre kichwas de la Sierra con compañeros y compañeras de las nacionalidades de la Costa, por ejemplo. Reconocer al otro desde nuestra propia alteridad, en el camino de estructurar una coordinación nacional de todos los indígenas, fue de las recompensas que encontramos. Los hermanos shuar y kichwa de la Amazonía se hallaban ya en proceso de fortalecer sus organizaciones. En la región andina, décadas de lucha por la tierra habían amasado organizaciones fuertes, con una noción sólida de sí como campesinos. Del Sur veníamos con un reconocimiento de indígenas, cargando una forma propia de percibir la organización, aún nuestras comunas se sostenían en los mayorazgos y el sistema decenal. Ir encontrándonos en los años 70, todos más jóvenes, fue una experiencia intercultural o quizás intercultural e intercultural. Desde la apariencia exterior de nuestra vestimenta, la posibilidad de encontrar parecidos y diferencias entre nuestros pueblos, ir contándonos las múltiples luchas y batallas que diariamente librábamos contra la mentalidad colonial que no nos reconocía y no nos reconoce.
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